lunes, 6 de junio de 2011

...de luna llena.

En ocasiones, sin pensarlo, abrimos un cajón, encontramos un libro; abrimos un libro, encontramos un legajo; abrimos un legajo, encontramos unas hojas; abrimos unas hojas, encontramos un escrito...


Luna Llena



Finalmente estás aquí, luna llena,
iluminando la noche de mi ciudad
inundando mi rostro con tu luz;
pero existe también un lugar
donde ella te contempla
y donde también estás tú.

Dile tú, luna llena,
que desde aquí la observo
y veo sus lindos ojos,
que imagino su sonrisa;
que su imagen se refleja sobre ti
y a mi lado le siento.

Dile tú, que estás allá
cuanto la he pensado,
que vive su imagen en mi ser,
que esta noche la sentí conmigo
y algún día la podré ver.
Entonces podremos verte de nuevo
y veremos al fin nuestra imagen
en ti reflejada, juntos.

Dile, luna llena,
Tú, que estás aquí
Y estás allá,
dile a ella, que está allá
cuanto la amo
Yo, que estoy aquí.

...esperando la barbacoa

Ayer platicaba con mi papá mientras esperábamos a que nos entregaran los ¾ de barbacoa que nos íbamos a desayunar (gran manera de iniciar un domingo). En si, ya por el hecho de estar con él, era un gran domingo, dado que ya no lo veo como antes por vivir en una ciudad diferente, en fin, esa es otra historia.

Total que mientras estábamos sentados en unas sillas de plastico rojo (si, de Coca Cola), platicábamos de cómo los adorados y prolíficos Ficus en su gran mayoría murieron víctimas de la última helada que nos dejó el invierno pasado y que tan lejana parece en estos días de calor infernal. Pues mientras eso hacíamos, volteé a ver un “rabito” de planta, que deduje era una bugambilia por lo retorcido de las ramas secas, de la cual salía un único nuevo retoño, vertical, con sus hojas cubriendo la rama.

Y les hago este recuento de donde estábamos y que hacíamos, dado que, en lo particular me gusta pensar y analizar como el pensamiento va hilvanando ideas, que en la mayoría de las veces nos llevan a la solución de temas más bien prácticos, pero que en ocasiones, nos permiten pensar en cosas que van un poco “mas allá”.

Pues ahí nos encontrábamos, y de repente, mientras veía las hojas, noté (no que no lo supiera ya, pero lo noté con mas “sorpresa”) la ubicación de las espinas en la mencionada planta, mismas que en más de una ocasión terminaron por arruinar las pelotas con las que jugaba de niño, o en el mejor de los casos, me propinaron un buen numero de piquetes y rasguños en el afán de rescatar las mismas, y digo que me sorprendí, porque mientras las veíamos, noté que están directamente sobre el tallo de la hoja, justo encima de donde la hoja surge de la planta, así empezó una conversación acerca de la evolución:

- Por qué crees que están específicamente ahí?
- No lo sé, para que se espine el animal que quiera comérselas.
- Por lo menos solo se comería una, porque el piquete sería justo en la nariz, ouch!
- Pero, como llegó la planta a identificar que, con una espina evitaba que se comieran sus hojas?
- Habrá sido alguna vez que tuvo una rama rota y que funcionó?
- Pero, si es evolución, cuantas plantas tuvieron que ser comidas para que eso sucediera?
- A que enorme escala de tiempo opera la evolución…


Ahí abandono la conversación, podría seguir, puesto que el tema continuó hasta que recibimos la deliciosamente grasosa barbacoa de la que dimos cuenta ayer, pero quise mencionarla por dos razones:

La primera, porque toca un tema donde mi Fé se topa con mi curiosidad, llamémosle científica,  generalmente están contrapuestas (por obvias razones) pero con las que con el tiempo he aprendido a convivir sin sentir culpa de la segunda, a causa de la primera.

La segunda, para hacerle saber a mi padre, que se que ocasionalmente lee este blog, que lo amo, que lo admiro, que me encanta conversar con él, que siempre ha sido mi héroe y que me encanta abrazarlo, verlo y que me acompañe a comprar barbacoa…

…ah! Y que, como se lo he dicho muchas veces, para que no le quede duda, SI es mi AMIGO (él y yo entendemos perfectamente esto último).