lunes, 26 de marzo de 2012

...un cuentito



Al levantar su pequeña piernita del piso lo notó; era tarde y los rayos del sol llegaban oblicuos a las placas de cantera gris que formaban la terraza. Sin detenerse a pensarlo mucho, alternó la piernita, su sorpresa aumentó. Y si levantaba un brazo? 

Al hacerlo notó como la forma subía segura del piso a la columna mas cercana, como abrazándola; así empezó una serie de movimientos de prueba, buscando cada vez con mayor diversión la reacción de esa extraña figura recién descubierta y siempre dispuesta a seguir los movimientos de  su pequeño cuerpecito. 
Y si corriera? Podría alcanzarla? 

Mientras la idea se seguía formando en su mente y  la sonrisa en su cara, sus piernitas comenzaron a moverse casi de manera involuntaria, hasta que de pronto se halló corriendo de izquierda a derecha, siempre sin perder detalle de como su nueva amiga hacía hasta lo imposible por seguirle el paso, saltando del piso a la pared y de regreso, y de cómo se escabullía a través de la mesa de hierro forjado del jardín, dando contra el piso allá, justo frente a las macetas que descansaban sobre una mesa de madera de una antigüedad evidente.

Así, entre giros, carreras y maromas, su sombra fue creciendo hasta que finalmente terminó por ocultarse ahí, detrás del muro que delimita el jardín, ese jardín donde ahora cada tarde soleada ella aguarda por su nueva amiga,   esperando poder derrotarla y dejarla atrás la próxima vez.

miércoles, 14 de marzo de 2012

...de jugar a ser niño.


Envejecer no es lo triste, lo triste es dejar de ser niño.

Más allá de todas las complicaciones que rodean el hecho de ser adulto, ya sean el trabajo, la responsabilidad de tener una familia, los compromisos sociales y/o económicos, etcétera, una de las cosas que más añoro de ser niño, es la capacidad de soñar, de imaginar, de crear con la mente.

No lo había notado, es decir, no me había detenido a pensar porqué, aunque me divierto mucho jugando con mis hijos, no me causa la misma emoción que me causaba organizar un juego o imaginar una historia cuando era niño; ahora, cuando mucho, puedo dar una pauta, dar ideas que les generen inquietud, asombro, que los emocionen y los hagan crear, a partir de ahí, su historia, su mundo.

Y no es que no lo quiera o no lo disfrute, es simplemente que con el pasar de los años, mi mente ya tan “viciada” de responsabilidades y cosas que “deben hacerse”, no logra desprenderse de la inercia, desconectarse, de manera que pueda dejarme llevar por los extraordinarios y ricamente detallados ambientes que generan los críos en sus historias.

Muchas veces me he encontrado, como un simple espectador ante sus juegos, sin interactuar, haciendo como que estoy, sin estar, por ejemplo, en “cuclillas” rehusándome a poner una rodilla en la tierra por no ensuciarme el pantalón, como si nunca me hubiera tirado de panza para estar al nivel de la ventana de un hot wheels, o como si jamás hubiera escarbado con las uñas en un promontorio de tierra para hacer una guarida donde esconder algún invaluable tesoro.

Sin embargo, lo más increíble de todo es que cuando me decido a romper la costumbre, la mirada de los críos se ilumina, su cara se llena de una sorpresa y alegría que no puedo describir de descubrir a su papá enrolado realmente en su juego.

Debo confesar que me cuesta trabajo, la imaginación no es la misma, me esfuerzo por creer en lo que estoy haciendo, pero esos aliados que encuentro en sus caritas, sus diálogos, sus argumentos, su imaginación, lo hacen más sencillo; me ayudan a volver a ser un niño, me ayudan a no envejecer, y esa es una cosa más que tengo que agradecer a mis hijos.

Es como esa campaña de Coca-Cola en la que te invitan a recordar el súper héroe que fuiste de niño; como adulto quizá ya no nos vemos a nosotros mismos así, pero para los críos es justamente lo que somos, y como súper héroes estamos llamados a hacer cosas extraordinarias.