Al levantar su pequeña piernita del piso lo notó; era
tarde y los rayos del sol llegaban oblicuos a las placas de cantera gris que
formaban la terraza. Sin detenerse a pensarlo mucho, alternó la piernita, su sorpresa
aumentó. Y si levantaba un brazo?
Al hacerlo notó como la forma subía segura
del piso a la columna mas cercana, como abrazándola; así empezó una serie de movimientos de
prueba, buscando cada vez con mayor diversión la reacción de esa extraña figura recién descubierta y siempre
dispuesta a seguir los movimientos de su
pequeño cuerpecito.
Y si corriera? Podría alcanzarla?
Mientras la idea se seguía formando
en su mente y la sonrisa en su cara, sus piernitas comenzaron a moverse casi de manera involuntaria,
hasta que de pronto se halló corriendo de izquierda a derecha, siempre sin perder detalle de como su
nueva amiga hacía hasta lo imposible por seguirle el paso, saltando del piso a la pared y de regreso, y de cómo se
escabullía a través de la mesa de hierro forjado del jardín, dando contra el
piso allá, justo frente a las macetas que descansaban sobre una mesa de madera
de una antigüedad evidente.
Así, entre giros, carreras y maromas, su sombra fue
creciendo hasta que finalmente terminó por ocultarse ahí, detrás del muro que
delimita el jardín, ese jardín donde ahora cada tarde soleada ella aguarda por su nueva
amiga, esperando poder derrotarla y dejarla atrás la próxima vez.