Antes de su llegada me preguntaba como sería
posible dividir el amor de padre en mas de una persona; lo sentía igual de inexplicable que
el amor a un hijo para alguien que no lo tiene; la capacidad de amar en igual cantidad e intensidad a cada uno de los hijos.
Lo veo y me desarma, igual que sus hermanos, y
sin embargo hay algo especial en él, algo que lo hace diferente, esa sonrisa
pícara, esa actitud desparpajada y sin preocupación con la que se mueve por la
casa.
Siempre curioso, siempre aprendiendo, obstinado
como el que más; así, desde bebé se notaba en su carácter, aún antes de poder hablar y caminar; y sin embargo, siempre dispuesto a disculparse sin el menor
reparo cuando entiende que actuó mal.
En ocasiones, cuando lo observo me pregunto
porqué él no viene a mi, como su hermano mayor lo hizo a la edad en la que de
todo buscan el “porqué”; luego, lo escucho preguntando alguna de sus muchas
dudas y lo entiendo, con él tiene ese vínculo para mi desconocido, el vínculo
con el hermano mayor, esa esa imagen tan cercana, mas bien inseparable; su
maestro, su cómplice, su primer amigo.
Muchas veces he pensado en el reto que para
él representa ser el hijo de en medio, el sandwich, crecer en su lugar en la
familia: admirar y querer ser como el hermano mayor sin tener sus habilidades
tan desarrolladas por su edad menor y al mismo tiempo ya no ser el bebé, ni
recibir los mismos cuidados y atenciones que el hijo menor requiere.
Es un gran reto, el reto de crecer, su reto, del que solo puedo ser testigo y punto de apoyo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario