viernes, 16 de noviembre de 2012

Mauchetes.



Antes de su llegada me preguntaba como sería posible dividir el amor de padre en mas de una persona; lo sentía igual de inexplicable que el amor a un hijo para alguien que no lo tiene; la capacidad de amar en igual cantidad e intensidad a cada uno de los hijos.

Lo veo y me desarma, igual que sus hermanos, y sin embargo hay algo especial en él, algo que lo hace diferente, esa sonrisa pícara, esa actitud desparpajada y sin preocupación con la que se mueve por la casa.

Siempre curioso, siempre aprendiendo, obstinado como el que más; así, desde bebé se notaba en su carácter, aún antes de poder hablar y caminar; y sin embargo, siempre dispuesto a disculparse sin el menor reparo cuando entiende que actuó mal.

En ocasiones, cuando lo observo me pregunto porqué él no viene a mi, como su hermano mayor lo hizo a la edad en la que de todo buscan el “porqué”; luego, lo escucho preguntando alguna de sus muchas dudas y lo entiendo, con él tiene ese vínculo para mi desconocido, el vínculo con el hermano mayor, esa esa imagen tan cercana, mas bien inseparable; su maestro, su cómplice, su primer amigo.

Muchas veces he pensado en el reto que para él representa ser el hijo de en medio, el sandwich, crecer en su lugar en la familia: admirar y querer ser como el hermano mayor sin tener sus habilidades tan desarrolladas por su edad menor y al mismo tiempo ya no ser el bebé, ni recibir los mismos cuidados y atenciones que el hijo menor requiere. 

Es un gran reto, el reto de crecer, su reto, del que solo puedo ser testigo y punto de apoyo.

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